Me ha decepcionado usted, señor García Serrano, pero no por los insultos que profirió contra la consejera de Sanidad de la Generalitat de Catalunya, Marina Geli, a propósito de ese vomitivo manual de educación sexual que la citada institución catalana ha distribuido en los centros escolares, en el que se anima a los niños al sexo oral, la masturbación y la sodomía, sino por las humillantes disculpas públicas pedidas ayer desde el vergonzoso reclinatorio televisivo que fue el programa de El Gato al Agua.
Es cierto que nunca debió proferir tales palabras. Es cierto que el oficio de las meretrices nada tiene que ver con las actividades de la consejera de Sanidad: se equivocó en el fondo y en la forma.
Pero no en la indignación manifestada.
A veces son las indignas palabras las que más puramente describen la digna indignación.
Nunca debió decir tales palabras.
Pero nunca debió desdecirse de ellas. No porque usted tuviera razón: sino porque su indignación y la de todos los españoles de bien sí tenía razones para manifestarse a los cuatro vientos.
Una vez lanzado al abismo de una inminente -y lógica- querella, nunca se debió arredrar, sino, pacientemente y con hombría, enfrentarse a ella y a su pertinente castigo.
Su peculio quizás se hubiese visto resentido por ello, pero no su dignísima indignación.
Nunca hubiese pronunciado yo palabras similares a las suyas -por soeces e inexactas-. Pero una vez hecho, jamás me hubiese desdicho y habría afrontado el castigo como un mártir del Nuevo Orden Mundial que está experimentándose en este laboratorio social que es España.
A lo hecho, pecho, señor García Serrano.
A lo hecho, pecho.
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