Cuando el herrumbroso y frágil castillo de naipes que tan trabajosamante esta falsaria Constitución de 1978 ha ido construyendo se derrumbe y las cartas del latrocinio institucional queden puestas boca arriba, llegará un momento en que, para que la verdad se abra paso, las fronteras deberán cerrarse.
Treinta y ocho años de derroche administrativo inconmensurable, de prebendas sin fin, de salarios autoconcedidos sin límites, de vacíos cargos creados de la nada, de amigos y familiares colocados por la magia del dedo, de asesores de consejeros de presidentes de histéricas autonomías, de recalificaciones de suelo, de roldanes, de gürteles, de expropiadas rumasas, de incontables aeropuertos para aviones de papel, de legiones de oscuros y blindados coches oficiales, de chóferes serviles, de insondables despachos redecorados estallarán como un globo lleno pútrida agua ante nuestros rostros.
Y ese día, las fronteras deberán cerrarse.
Y ningún ladrón podrá salir.
Y todos deberán rendir cuentas.
Y el que sin nada vino, sin nada regresará.
Y al que todo quitó, todo se le quitará.
Y al que nada dio, nada se le dará.
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