Un cuestión intrigante de la fisiología humana es el hecho de que el hombre sea el único animal al que, indefinidamente, le crecen el pelo y las uñas.
Esto, en principio, podría considerarse un grave defecto genético, pues no nos imaginamos a ningún animal que pudiera sobrevivir si indefinidamente le crecieran las pezuñas o el pelo: andaría tropezándose a todas horas consigo mismo y, desde luego, no superaría la prueba de la selección natural de las especies.
Desde el blog del Filóloco proponemos, pues, la teoría de que, lo que en principio supondría un defecto genético que no nos hubiera permitido sobrevivir como especie fue, en realidad, el factor desencadenante del desarrollo de la inteligencia, pues los primitivos homínidos no tuvieron más remedio que pensar sobre el modo de cortar tan molesta y pertinaz tara.
La necesidad de elaborar un instrumental que le permitiera realizar tan cotidiana labor de aseo fue el primer paso de lo que más tarde se constituiría en civilización humana.
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