El 6 de noviembre de 1975, agonizante Franco y ocupando el entonces príncipe Juan Carlos interinamente el cargo de Jefe de Estado de España, Marruecos envió a unos 350.000 ciudadanos desarmados y 25.000 soldados, que tenían la misión de controlar a sus paisanos, a invadir el Sáhara español.
Por entonces, el Sáhara era una provincia española más. Sus habitantes poseían el carné de identidad español y todos los derechos de cualquier ciudadano de nuestro país.
Aprovechando la enfermedad del dictador, un ejército de hombres desarmados, blandiendo sólo ejemplares de El Corán y banderas verdes, se aproximaron al territorio español.
El príncipe don Juan Carlos voló a El Aiun, en lo que todos considerábamos el primer acto contundente para solucionar la ilegal invasión de un territorio que jamás había pertenecido al Estado marroquí.
Sorprendentemente, su decisión fue que España saliera inmediatamente de su territorio, abandonando a su suerte y desdicha a unos ciudadanos españoles -los saharauis- que, aún hoy, conservan nuestro idioma e incluso la denominada peseta saharaui, restos culturales de sus desagradecidos colonizadores.
Este acto, para mí -y para muchos españoles- constituye el mayor acto de cobardía que un país haya cometido jamás en la Historia:
Un ejército, huyendo, ante un grupo de invasores desarmados, y abandonando a sus conciudadanos, muchos de los cuales hoy se sentirían -de no haber acontecido tal ignominia- más orgullosos de ser españoles que muchos desagradecidos vascos y catalanes de la actualidad.
Ése fue el primer acto de nuestro actual monarca como Jefe de Estado: España huyendo y haciendo el ridículo universal.
...Y el abandono de unos ciudadanos españoles a una cruel dictadura que perdura hasta nuestros días.
Dicen que Franco, en su lecho de muerte, declaró la guerra a Marruecos. Pero nadie le hizo caso.
Nadie le hizo caso porque una nueva España se diseñaba a la sombra:
Una nueva España que, bajo un amago de tímida democracia sin separación real de poderes y carente de la posibilidad de ejercer referendos vinculantes, representada en la Constitución de 1978, permitía que parte de sus ciudadanos fueran abandonados a las manos de un sátrapa, que permitía que el país se subdividiese en 17 pseudoestadillos encizañados entre sí... que permitía, en fin, que, en el futuro, no se pudiera estudiar en español en parte de España y que incluso sus ciudadanos fueran multados por rotular sus negocios sólo en español.
Y así nos va.
Y así nos irá si no ponemos por fin coto a esta vergonzosa situación...
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