Pues bien, señores, he descubierto, además, que la susodicha melodía es la piedra filosofal de los masoquistas, el elixir de todo buen autotorturador que se precie:
Posología:
Óigase esta canción como mínimo un par de veces (o, en su defecto, su versión gatuna) ¡y conseguirá estar toda la noche sin dormir, repitiéndosele una y otra vez la preciosa musiquilla!
Los efectos pueden ser más fulminantes, pues yo ya llevo tres noches en las que, sin excepción, se me aparece el melifluo soniquete como si fuera el fantasma -perdón, el fantasmón- de Zapatero.
Resultados garantizados (...y con la garantía adicional de que se lo dije a mi vecina...).
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