En principio, tras escribir cosas como la anterior carta, el lector habitual de mi blog rápidamente deducirá que soy un furibundo antimonárquico.
Bueno, en principio, no soy monárquico, así, en general, por una cuestión de mera higiene mental: es inconcebible que, en el siglo XXI, un país mantenga en el poder a dirigentes cuyo mandato no es revalidado periódicamente mediante el ejercicio democrático de las urnas.
Subrayo de lo "periódicamente", porque a mí no me vale que, asiéndose a la excusa de que, ya que nuestros padres o abuelos votaron "sí" a una Constitución la cual establece como forma de Estado para España una monarquía parlamentaria, debamos tener un rey hasta el Día del Juicio Final y más allá. La mayoría de los actuales españoles no aprobamos dicha Constitución bien porque éramos menores de edad bien porque ni siquiera habían nacido...
Yo, como muchos "nuevos" españoles, no nos sentimos vinculados en absoluto a la citada carta magna y, de haberse producido la votación en nuestros días, indefectiblemente hubiéramos votado "no": en primer lugar, para rechazar el absurdo experimento del autonomismo desintegrador, y, en segundo lugar -aunque éste ya no es un asunto tan importante- para exigir que nuestro Jefe de Estado sea elegible periódicamente.
Pero, al margen de esto. ¿Soy en realidad antimonárquico?
Si nos centramos en las peculiares características de este país llamado a España y de toda su trayectoria histórica, la respuesta sería "no".
Y digo que no, porque pienso que España sí es un país necesitado de monarquía, dadas las infernales experiencias de las dos repúblicas anteriores: una I República autofagocitante, en la que diversas regiones proclamaron su independencia y que llegó a extremos tan risibles como que un pueblo se proclamase la "Nación Jumillana" o que la Región de Murcia se proclamase la "República de Murcia", dentro de ella se quisiera independizar el "Cantón de Cartagena" y, dentro de esa misma ciudad, un barrio también quisiera asimismo la independencia. La Casa de Tócamerroque de todas las repúblicas proclamadas a lo largo de la civilización, vamos.
Y una II República no menos ridícula y, sobre todo vil, en la que, no pasado un mes de la proclamación de la misma, se produjo una satánica quema indiscriminada de conventos y de iglesias, de matanzas de religiosos y de violaciones de monjas. No pasó mucho tiempo para que se produjeran diversos intentos de golpes de Estado -el más destacado de los cuales fue la sangrienta Revolución de Asturias, golpe de mano instigado por el PSOE- y la proclamación del "Estado Catalán", instigado por nuestros acomplejados compatriotas del nordeste.
Ante este panorama, es difícil soñar con una III República para España y el dicho "A la III va la vencida" va para largo...
España, tristemente, pues, necesita una monarquía.
Pero necesita una monarquía fuerte, no como la actual. Una monarquía no que "reine, pero no gobierne", sino que tenga en sus manos cierto grado de poder ejecutivo que ponga orden al caos del independentismo autonómico.
Es decir, que ponga firmes a todos los racistas paletonazis norteños que han inoculado el veneno de la cizaña en nuestra sociedad desde hace más de treinta años.
Es cierto, además, que, para que todo esto se llevase a cabo, no sería necesario ni siquiera un cambio constitucional.
Al margen de que carezca de poder ejecutivo, nuestro actual monarca bien podría haber dado, en múltiples ocasiones, algún discurso institucional que otro en que dejara bien claro que él -al mando del ejército- es el garante de la unidad de nuestra Patria, y hubiera cortado así, por lo sano, las veleidades separatistas.
Pero no lo ha hecho.
A lo sumo, se ha limitado a dar el típico discursito navideño, una vez al año y, a repetir los típicos tópicos de siempre una y otra vez.
No soy, por tanto, antimonárquico: soy antijuancarlista, pues siempre me ha parecido que éste es el peor rey que podría haber para España.
No se me diga "que nos dio" la democracia, como si ésta hubiera sido un invento suyo: ¿es que acaso hubiera sobrevivido nuestro país como la última dictadura de Occidente? El paso a la democracia fue, simplemente, una cuestión de supervivencia y ni a él debemos nada ni a nuestros padres y abuelos, pues bien agachaditos estuvieron durante cuarenta años a las órdenes de Franco sin decir ni mu.
Espero que, por lo menos, algún día, se establezca un referéndum periódico (cada cuatro o cinco años) de revalidación de la Monarquía o que, al menos, se realice uno en el momento en que el príncipe Felipe suceda al actual monarca... (...para que luego digan que no soy optimista...)
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