Vas, por ejemplo, a un locutorio y te lo encuentras cerrado, porque abre de tal hora a tal hora. Decides aprovechar la enorme de variedad de ofertas que ofrecen nuestros barrios y te vas al locutorio de al lado. Pero nada. Lo mismo. El mismo horario. Te vas a un tercero, a un cuarto locutorio y lo mismo de lo mismo (y eso que hay libertad de horarios comerciales en España).
Lo mismo pasa si vas a la carnicería, o al supermercado, o a hacer una fotocopia.
Todos se copian unos a otros.
Todos hacen lo mismo.
Pones la tele y, a la misma hora, todas las emisoras emiten a la vez los anuncios. No puedes elegir.
Conectas la radio y, a la misma hora, todas emiten partidos de fútbol y no puedes hacer otra cosa más que escuchar los gritos histéricos de locutores que parecen que matarían por sus respectivos jugadores en calzoncillos tras una pelota, pero que son incapaces de emitir un leve maullidito por la conculcación de sus derechos.
En España todos hacen lo mismo al mismo tiempo. No hay innovación, no hay ingenio. No existe la libre competencia. No hay búsqueda de "nichos de mercado", donde, aprovechando que unos están ofreciendo una cosa, otros ofrezcan otra diferente, para captar clientes con gustos distintos.
Es cierto que el mayor pecado español es la envidia. Pero la envidia española no es más que el producto de las mentes vacías de esta especie en extinción.
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