Hace unos días hablamos de la denominada conspiración del amansamiento y hoy nos toca hablar del envés de esta teoría conspiranoica: la conspiración del estresamiento.
Es ésta la teoría más divertida de todas las que conozco y sobre ella se han editado algunos libros, por increíble que pueda parecer.
La conspiración del estrés se basa en la creencia de que un Gobierno mundial oculto (acudamos para ello a los socorridos illuminatis o bilderbergers) desde hace años intenta aumentar la presión psicológica sobre toda la humanidad para que estemos continuamente preocupados por problemas triviales y no nos centremos en los asuntos que realmente debieran regir el destino humano, es decir, la economía real, la moral y, en definitiva, el sentido último de la vida.
El método empleado por estos vampiros del pensamiento reflexivo consiste en bombardearnos con múltiples incomodidades y en generar en nosotros continuas ansias que nos conviertan en esclavos de absurdas necesidades.
Pongamos algunos ejemplos:
Un clásico son las envolturas retractiladas de innúmeros productos de nuestros días: Cuando usted, querido lector, compra un CD e intenta abrir su envoltorio, seguramente sudará tinta china hasta que lo logra. Casos similares podemos encontrar en productos de aseo a los que se adhiere otro producto extra de regalo y cuyo envoltorio es más difícil de despegar que la piel de un armadillo.
Otro ejemplo: la proliferación, primero de los walkman, luego de los discman y, ahora, de los ipod, ha producido una generación de jóvenes sordos que, además, de molestarnos en el metro con el enfermizo retumbar procedente de sus auriculares, hará que los mismos imberbes pongan en su casa la música igualmente alta, para "deleite" de sus vecinos, creyéndose ellos mismos que la están escuchando a un volumen prudente.
Sin salirnos del metro o de los transportes públicos: desde hace años se ha extendido la costumbre de llevar una mochila a la espalda, a la manera de un sumiso camello, interesante costumbre mediante la cual puedes molestar a diestro y siniestro al resto de viajeros que te rodean.
Más cosas: En los últimos años han proliferado las escaleras mecánicas, pero, la mitad de las veces, éstas se encuentran estropeadas (al menos, en este avanzado país que es España), lo que obliga a subir o bajar a la gente por unos escalones mucho más altos de lo físicamente aconsejable.
Otrosí, la moda del botellón en España es otro fruto de estos conspiradores del estrés que, amén de convertir a nuestra juventud en un rebaño de malolientes alcohólicos, ha elevado hasta extremos insostenibles el nivel de ruido en muchos barrios, y disminuido, por tanto, las horas de sueño del gafado vecindario de turno.
Los ejemplos no se acaban:
En España, por ejemplo, muchos gobiernos locales y autonómicos, sumisos al Nuevo Orden Mundial, están sustituyendo en determinadas calles la pavimentación tradicional por otra más bella y más cara, consistente en grandes losas de granito claro. El resultado, a primera vista, es mucho más agradable, pero, con el paso del tiempo, estas grandes losetas tienden a levantarse y los tropezones que pueden provocar en los viandantes son dignos de una función circense. El color extremadamente claro de las susodichas losas impide, igualmente, a los peatones algo cortos de vista distinguir bien el borde de las que se hayan levantadas. Igualmente tampoco se distinguen con facilidad los escalones, cuando las escaleras están construidas con dicho material. Basta con darse un paseo por la madrileña plaza del Marqués Viudo de Pontejos para darse cuenta de lo fácil que es darse allí un morrazo digno de salir en algún programa de vídeos despiadados.
En Madrid y en otras ciudades, se están bordeando muchas aceras con vallas metálicas para que los peatones no crucen indebidamente, siempre "velando por su seguridad". Pero como en esta incomodísima ciudad las distancias entre pasos de peatones son kilométricas, a veces, para cruzar al portal de enfrente debes realizar un rodeo tal que ni el tonto más gilipollas del actual Gobierno de España se le ocurriría jamás dar. Además, ese procedimiento te crea un estrés adicional, porque siempre llegarás tarde a cualquier sitio, aunque estés al lado.
La invasión de ruido por obras públicas: Da igual que sean obras estatales, autonómicas, municipales o privadas (como la instalación de nuevos cables telefónicos o tuberías de gas). Un ejército de decibelios subidos de tono horadan continuamente nuestros atribulados tímpanos -todo, supuestamente, para mejorar nuestro bienestar-. Si es verano, las susodichas obras aumentarán en número, para que el insoportable ruido pueda ser mejor escuchado, al tener todo el mundo las ventanas abiertas, y se consiga, de paso, una estupenda combinación con el polvo levantado y el calor estival.
El "reciclado" de basuras: En los últimos años, la propaganda del Nuevo Orden nos ha obsesionado tanto con el reciclado del basuramen que producimos que, si, por cualquier razón, se nos ocurre tirar una pila eléctrica, una botella de vidrio o un tetrabrick a la bolsa de toda la vida y no los depositamos en sus correspondientes contenedores, el arrepentimiento nos reconcomerá y, seguramente, pasaremos una larga noche en vela lamentando amargamente nuestra indignante acción "insolidaria"...
Y, en fin, el clásico que todos conocemos: el estrés psicológico producido por el ansia de comprar que nos sobreviene cuando nos informan de que el aparatito electrónico de turno que compramos hace diez días ya se ha quedado anticuado, vamos, que es antediluviano o, al menos, de la época que Noé, y que debemos, por supuesto, comprar impulsivamente la siguiente novedad que, igualmente, se quedará vetusta en los siguientes diez días.
Ésta es, señores, la teoría de la conspiración del estresamiento: algo que nos parecerá totalmente absurdo si el estrés que llevamos encima nos impide empezar a reflexionar sobre ello...