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jueves, 26 de mayo de 2011
La Constitución de 1978 está muerta y bien muerta
Señores: la Constitución Española de 1978 está muerta y bien muerta...
Llevaba ya varios años convaleciente, la pobrecita...
Comenzó con un catarro inicial del que aún no se ha curado: aquel que nos imponía -a cambio de democracia- un Jefe de Estado inelegible ni revalidable periódicamente. Un Jefe de Estado transfigurado en una Monarquía, por dos veces expulsada de España, al que no se le podía toser, debido a sus peculiares características de "inviolabilidad"...
Continuó permitiendo unas cada vez más descentralizadas autonomías -ese ridículo invento, único en todo el mundo- que derivaron en desigualdades por doquier: unas, políticas -como la denominación de "nacionalidades históricas" a un grupo reducido de ellas, dotadas del humillante privilegio frente a las demás de la capacidad de convocatoria de elecciones anticipadas cuando quisieran- y otras, económicas, como los insultantes cupo vasco y régimen foral navarro en el que unas regiones ricas, a la postre, reciben más que lo que aportan...
Algunas autonomías hicieron de las suyas encizañando a sus jóvenes estudiantes frente al resto de España y mintiéndoles con falsos mitos ahistóricos y ficticias invasiones...
La cosa ha llegado a más, recientemente, con autonomías que prohíben impunemente lo que es legal para toda España -las corridas de toros-, con acomplejados estatuts que intentan inventarse un país que nunca existió ni existirá jamas y que hasta pretenden prohibir en su territorio la bandera de la propia España.
La enfermedad se complicó, más y más, con la progresiva ausencia de separación de poderes, en donde los grandes partidos decidían quiénes debían estar en la cúspide de las altas magistraturas judiciales y, todo ello, con el definitivo remate de una corrupción generalizada entre los miembros de todos los partidos políticos...
Pero la auténtica metástasis de este cáncer institucional ha sobrevenido con la legal aprobación por parte de nuestro politizado Tribunal Constitucional de las listas de los que apoyan a nuestros asesinos, es decir, Bildu.
A partir de ahí, si un español es digno de verdad, si es digno de llamarse español, sólo le queda una salida: despreciar contundentemente este estercolero putrefacto, esta estallante pústula en la que se ha convertido nuestra Constitución de 1978.
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